Cuando los vaqueros empezaron a ser tejanos

La vida es como una caja de bombones decía la madre de Forrest Gump. 
Y esta posiblemente sea una comparación de lo más acertada para ilustrar el mundo de hoy en día, porque las cajas de bombones cada vez son más bonitas, más caras... y también más vacías. 
Yo, que guardo entre mis recuerdos cosas que vosotros no creeríais, podría describir con morriña las bomboneras de antaño... pero no lo haré. Sólo os contaré que era un viaje tan emocionante desvalijar esas cajas de seguridad, tan sobrias e inaccesibles, para descubrir los enigmas ocultos bajo el envoltorio metálico de un bombón. Ummmm que olor, que sabor, que texturas sorprendentes... que bálsamooooo...

Vale. Ya está. Procederé a salir del éxtasis y viajar al presente.


Hoy, por supuesto, la cosa ha cambiado mucho. Sospecho que en realidad los bombones vienen encerrados porque son peligrosos y son recubiertos para proteger el secreto de sus dudosos ingredientes, ocultando de paso su tosco acabado.
Pero, este fenómeno es sólo la punta del iceberg, porque esto mismo está ocurriendo en la alimentación en general. Muchas marcas se estan apuntado a la moda delicatessen, pero sólo son de lujo en cuanto a los beneficios generados. Total, se lo estamos poniendo a huevo con nuestro bajo nivel de exigencia; inventan un nombre pomposo (a poder ser en lengua extrajera), elaboran un envase atractivo llenito de "doraos" para que destaque y desprenda glamour por los cuatro costados y por ultimo lo rellenan de cualquier alimento de tercera categoría. 
¿Os parece esto una teoría de la conspiración?
Pues no lo es. Algunas cadenas de alimentación muy conocidas han lanzado gamas enteras de "productos de lujo" a precios asequibles destinadas a ser el plato fuerte en los escasos homenajes gastronómicos de la maltrecha clase media-baja.
Buscad esos productos, y dedicad unos minutos a leer la letra pequeña; buscad entre los ingredientes y daréis con la respuesta a su bajo precio, estáis comprando sólo un envase lleno de colorantes, saborizantes, estabilizantes y un 10% del producto estrella prometido. Eso si, la caja monísima la podéis utilizar para guardar los cromos de los niños.


Pero esto no es un invento nuevo, a finales del siglo pasado las grandes empresas decidieron empezar el milenio desprendiéndose del lastre innecesario. Descubrieron que, independientemente de la calidad del producto fabricado, su marca era el verdadero interés del consumidor. Asistimos desde entonces a logotipos de tamaño exagerado firmando nuestras ropas, complementos, alimentos, coches... y dándole un valor (y precio) que realmente no tienen.
Somos tan pobres de espíritu que ahora pagamos, en vez de cobrar, por ser utilizados como hombre anuncio. Eso si, nos creemos de la élite más elitista por llevar una marca que otros no pueden permitirse pagar.
Ayy!!!... la gran trampa del consumismo.






Porque, pregunto yo: ¿cuándo los "vaqueros" dejaron de ser un pantalón de trabajo para transformase en "jeans" o "tejanos"?. 

Ese, sea cual sea, fue el momento en el que todo empezó a torcerse.
Quizás coincidió con cuando los seres humanos decidieron que los principios éticos eran poquita cosa y los recubrieron con una fina capa dorada para exhibirlos y que parecieran lustrosos. 
Lamentablemente esa lujosa pátina modificó la membrana externa de los principios, haciéndola impermeable. Los gases propios de los procesos internos, atrapados, empezaron a acumularse hinchando lenta e inexorablemente esos principios, que multiplicaban exponencialmente su tamaño, siendo cada día más grandes y huecos.

Y claro, si las personas lo hacen, las empresas no iban a ser menos. 
Así asistimos cada día a demostraciones de la moral extraviada de algunas empresas, como la falta de calidad de los productos, los insensibles servicios de atención al cliente o los festivales solidarios celebrados con el único objetivo de ayudarse a sí mismas.

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